La hoguera de las vanidades

La hoguera de las vanidades

domingo, 16 de enero de 2011

Tucson-Murcia


Cómo es la realidad. Apenas una semana después del ruin atentado contra la congresista demócrata Gabrielle Giffords en Tucson (Arizona), nos encontramos con la salvaje agresión de la que ha sido objeto el consejero de cultura de la región de Murcia, Pedro Alberto Cruz. Ni hecho aposta para establecer los oportunos paralelismos que, sorpresa, pueden hacer tambalear las líneas editoriales de algunos medios de comunicación de nuestro país (tantos años tostándome al sol en estas playas me han conferido cierto sentimiento de pertenencia).


Hace sólo siete días, lo sucedido en Tucson dividió a los medios entre los que acusaban directamente a los movimientos surgidos a la derecha del Partido Republicano –especialmente el conocido como Tea Party, cuya cabeza visible, que no pensante, es Sarah Palin- del intento de asesinato de Giffords y los que exculpaban a dichas formaciones al tiempo que reprochaban al Partido Demócrata una supuesta estrategia para endosar a sus rivales políticos la responsabilidad de la acción criminal de un perturbado.


Entre medias, un certero artículo de José María Carrascal añadía la cordura necesaria, al sostener que nadie puede acusar a los seguidores de Palin de querer matar a Gabrielle Giffords, pero que en ningún caso se podía obviar la contribución de este movimiento -aficionado a la simplificación al por mayor y a señalar enemigos incluso con mapas para analfabetos- a generar un indeseable clima de crispación en la sociedad estadounidense, que debería ser erradicado as soon as possible.


Lo malo es que ahora toca retratarse con una víctima local y de la otra orilla ideológica (salvando las muchas distancias que hay entre republicanos, demócratas, socialistas y “populares”). Y es ahí dónde pueden empezar los problemas de coherencia. A la espera de desayunarme mañana con los editoriales de los principales diarios, habré de conformarme con lo que avanzan sus ediciones digitales. De momento, Público da honores de portada a un artículo firmado por Pere Ruiseñol en el que se acusa a la extrema derecha española de crear un clima de odio irrespirable. La culpa, claro, es de un PP que les abriga y cobija. Para ser el día en que un cargo público de ese partido ha estado a punto de perder un ojo –el izquierdo, precisamente- por la acción de unos energúmenos que le llamaban “hijo de puta” mientras le golpeaban con un puño americano, no está mal.


Mariano Rajoy ya ha optado por reprochar a Interior su “pasividad”, apoyándose en episodios previos similares que, según él, deberían haber hecho saltar las alarmas. Ahora queda por ver si aquellos que en Tucson se esforzaron por separar crispación de crimen hacen lo propio en Murcia, y si los que señalaron con el dedo a los agitadores americanos lo harán también con los españoles. Parece que los últimos en algo han coincidido con los primeros. Les han cogido el puño.

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