La hoguera de las vanidades

La hoguera de las vanidades

domingo, 23 de septiembre de 2018

Censurar

GTRES

Hay palabras traicionadas por la polisemia. He ahí el caso de "censurar". La segunda acepción que le da el DLE habla de "corregir o reprobar algo a alguien". La cuarta apunta a "Dicho del censor oficial o de otra clase: Ejercer su función imponiendo supresiones o cambios en algo". Por eso hay que tener cuidado cuando se utiliza. Uno puede querer que alguien critica algo y dar idea de que alguien ha impedido que algo salga a luz. 

Ahora hay ejemplos casi a diario. Y si no, vean lo que está pasando en el diario El Mundo. Desde su fundación, allá por 1989, este periódico se ha caracterizado por incorporar en sus páginas a una pluralidad de voces, muchas discordantes con la línea editorial del diario. Punto a su favor. También dijimos por aquí que tiende a desdecir el dicho abuelil que recomienda lavar los trapos sucios en casa. 

La nómina de opinadores del periódico incluye a Arcadi Espada. Palabras mayores. El periodista catalán es una referencia en esta profesión. La lectura de sus Diarios (2003) fue, quizá, la que más agradecí en toda la carrera. Lo malo de Espada es que es muy consciente de su genialidad. Eso se ha traducido en la construcción de un personaje que, en los últimos años, se ha instalado -me temo que para entrar a vivir- en la caricatura. Su estrategia, como la de tantos otros, es clara, casi casi burda. Consiste en oponerse a una corriente de pensamiento mayoritaria. Cuanto más mayoritaria, más histriónica será su pose. Si todo el mundo dice "A, A, A"... él contestará no ya con "B", si no con "claro que B, ¡por supuesto que B!, ¿quién puede ser tan obtuso como para inclinarse por A si hasta un analfabeto se tendría que dar cuenta de que es B?". En ese estado de cosas, escribió un texto con afán provocador para glosar la comparecencia del expresidente del Gobierno, José María Aznar, en la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la financiación del Partido Popular (PP). En concreto, del agrio intercambio dialéctico que éste tuvo con el diputado de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Gabriel Rufián

Aznar se equivocó con Rufián. A Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria diciéndole: «La polla, mariconazo, cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?», mientras uno va sonriéndose delicadamente en su cara.
Tsevan Rabtan ha hecho el ejercicio de escribir el mismo artículo diciendo lo mismo sin manejar expresiones soeces. Queda claro que el mensaje era perfectamente transmitible sin tirar de semejantes referencias. Pero entonces Arcadi no hubiera conseguido el impacto que buscaba. Soy un poquito antiguo. Por eso considero que hay cosas que la prensa escrita no debería reflejar. Me provoca el rechazo de un sonoro eructo en la mesa, o de un pedo expelido a plena satisfacción en mitad de una reunión social. Nada grave, tampoco. Nos movemos en el nivel del reproche, del gesto de desaprobación, del resoplido que manifiesta desagrado de compartir espacio con según qué personas. Espada es así. Hay que estimarle con sus virtudes -que las sigue teniendo- y sus defectos -en los que corre el riesgo de refocilarse-. 

Parte de la redacción de El Mundo ha ido más allá. Han firmado un documento que han hecho llegar a su director, Paco Rosell. Afirman ser medio centenar, o eso dicen al menos los medios a los que se ha filtrado la noticia. (La  manera en que unos informamos sobre las miserias de los otros merece, sin duda, un capítulo aparte). Porque la carta está firmada, pero a día de hoy no sabemos por quiénes. Sólo Lucía Méndez ha salido a la palestra para reconocer su respaldo -quién sabe si promotor- al escrito. Méndez no es una cualquiera en esa redacción. Miembro de la misma desde la fundación del rotativo al que llegó procedente del Diario 16 de Pedro J. Ramírez, la periodista no tiene, quizá, el perfil intelectual de Espada, cuyos textos abrigan gran ambición literaria. Pero es una magnífica periodista política, enormemente rigurosa cuando escribe opinión. Muchos no le han perdonado sus posicionamientos críticos con el PP, después de haber hecho un paréntesis en su trayectoria en El Mundo para formar parte del equipo de Miguel Ángel Rodríguez en la secretaría de estado de Comunicación, entre 1996 y 1998. Es presumible que a Méndez no le guste el estilo de muchas de las cosas que se hacen hoy en el diario. Pero así son las grandes cabeceras. Conllevan una complejidad y una pluralidad, en voces y comportamientos, que hacen muy difícil una comunión integral con el proyecto. 

El escrito no puede resultar más contraproducente. Hasta a los que más nos chirría el lenguaje de Espada nos escama la acción de los redactores de El  Mundo. Queriendo “censurar" en la segunda acepción, da la impresión de que buscan hacerlo acorde a la cuarta. No le arriendo la ganancia a Rosell. Si reconviene a Arcadi buscando que pula sus ansias provocadoras para no caer en literalidades incompatibles con la prensa de calidad, pudiera parecer que se pliega a un texto en el que los trabajadores de la cabecera han malinterpretado su legítimo interés en mejorar la calidad del diario. Qué lío, ¿no?


Era mucho más fácil resoplar ante el eructo. Unos ojos en blanco que hagan pensar al pedorro que, quizá, está ya un poco mayor para revolucionar el patio con según qué resortes.