La hoguera de las vanidades

La hoguera de las vanidades

domingo, 2 de diciembre de 2018

20 años de La Razón


La Razón cumple veinte años. En la propia efeméride está la noticia. Si alguna versión periodística de la mujer del anuncio de Neutrex hubiera dicho en 1998 que viene de un futuro en el que la cabera fundada por Luis María Anson ha cumplido dos décadas, nadie la hubiese creído. Una anécdota de aquel otoño: una mañana de sábado, un adolescente ya interesado en el devenir de los medios se asombra ante un kioskero próximo al Banco de España. "¿De verdad se van a vender todos esos periódicos?", pregunta ante la gigantesca torre de ejemplares de La Razón que se alza sobre la calle. (El diario acababa de salir al mercado con una oferta de lanzamiento de 50 pesetas, es decir, unos 30 céntimos de euro). "No, chaval. Son las devoluciones del de ayer", dice el vendedor, que para entonces ha visto ya nacer y morir unos cuantos proyectos. 

Ni el más acérrimo detractor de La Razón puede negarle un meritorio espíritu de supervivencia. Y todo por una pataleta personal de Anson. Incapaz de seguir viviendo sin dirigir ABC, convenció a un conjunto de empresarios -Televisa, Zeta y hasta el productor de cine José Frade- para poner en marcha otro periódico nacional editado desde Madrid. No era, ya entonces, un mercado fácil. El País, El Mundo y ABC  mantenían una dura pugna y todavía baqueaba Diario 16, al que le quedaban tres años exactos de vida. Ya había cerrado. Y el principio de la década se había llevado consigo los proyectos de El Sol y El Independiente en un abrir y cerrar de ojos. (Anson había prometido a Luca de Tena que jamás dirigiría un diario que no fuera ABC. Para poder cumplirlo, se inventó el cargo de "presidente" del periódico, desde el que realizaba las funciones típicas del cargo de director). 

Nunca fue bien en ventas. La gracia de La Razón era ser un producto típicamente ansonita. Las fotos editorializadas, los latiguillos como "en círculos periodísticos", "no se habla de otra cosa" y todo aquello. Y las portadas delirantes. "Aznar paró el penalty", titularon el 21 de junio de 2002 para querer decir que el presidente había superado la huelga general que le montaron los sindicatos en contra de la reforma laboral. La imagen era la del portero del Real Madrid y la Selección Española, Íker Casillas, parando un penalty en el Mundial de Corea y Japón de aquel año, pero con el rostro de José María Aznar. Tal cual. 

El desembarco de Planeta en el accionariado del diario es el gran hito que explica su longevidad. (Anson les arranca en 2000 el compromiso de mantener la cabecera durante 50 años). Al mismo tiempo, es lo que convierte en intolerable su actual deriva. Intentaremos explicar por qué. 

El principal grupo editor en la segunda lengua más hablada del mundo no puede tener un diario como La Razón. No, al menos, como único periódico de información general de ámbito estatal. ¿Qué podemos decir hoy de La Razón? Consumada la salida de Anson en 2006, por unas discrepancias con Lara por compartir "casa" con el independentista Avui, el diario dio algunos bandazos. Ahora cumple ya una década con Francisco Marhuenda a sus mandos. Ahí dónde le ven, el decano de los directores de prensa en España. Es difícil que Marhuenda caiga mal. Su sobreexposición televisiva le ha convertido casi en parte de cualquier familia española. Es entrañable en la numantina defensa de sus postulados. ¿Qué postulados? He ahí el problema: Marhuenda ha configurado un periódico que es, a la vez, agresivo y carente de línea de editorial. ¿Carente de línea editorial La Razón? Ha leído bien. El diario no ha hecho otra cosa que una puesta en papel de las medidas que ha ido anunciando el Partido Popular (PP) a lo largo de estos años. En la oposición y en el Gobierno. El director no sólo no ha escondido, sino que ha llevado a gala los años trabajados, "despacho con despacho" junto a Mariano Rajoy. No ha habido principios ni ejes vectores. La Razón ha hecho bandera de todo aquello que el PP ha dicho o hecho, fuera una cosa o su contraria. La información se ha presentado en muchas ocasiones más como corresponde a un boletín interno del partido que a un medio de comunicación externo destinado al público general, por más que éste se incline mayoritariamente por votar unas siglas concretas. 

Han sido años de crisis, qué les voy a contar. Economía de guerra, aplicada con especial dramatismo a las redacciones de las empresas periodísticas. Planeta no ha querido arriesgar. Plantel justito, informaciones muy editorializadas y a por el lector fiel, aunque sea escaso. Ya ajustarán luego con sus otras empresas. (El conglomerado mediático de líneas editoriales diversas ha tenido su primer ejemplo de éxito en José Manuel Lara, todo sea dicho). En La Razón trabajan extraordinarios periodistas. Carmen Morodo, Pilar Gómez, Toni Bolaño... pero su labor luce poco. No hay una apuesta por la información de calidad. El panel de columnistas no brilla. Rostros de la tele y voces de la radio  dan forma escrita a reflexiones sin demasiada originalidad ni calidad literaria. (Tengo debilidad por las "insensateces" de María José Navarro, no apreciada en su justa medida como opinadora). Alfonso Ussía, a estas alturas del siglo XXI, tiene los honores de copar la contraportada con unos textos como sacados de hace 25 años. 

Pero si hay algo sangrante en el papel de La Razón es su (falta de) apuesta cultural. Anson se sacó de la manga El Cultural para hacerle reñida competencia al ABC Cultural al que tanto mimó. Y al poco se lo llevó a El Mundo. Han tenido 18 años para pensar en alguna alternativa. Me resulta incomprensible que un diario incrustado en Planeta despache la información sobre libros con unas pocas páginas semanales, indistinguibles del resto del periódico. No creo que sea el miedo a ser juez y parte. De un diario perteneciente a ese grupo empresarial cabe esperar un suplemento cultural de referencia. (Nos conformaríamos ya con que hubiera suplemento cultural digno de tal nombre). 

La Razón es un periódico ya más conocido por sus múltiples saraos vespertinos en la sede de Josefa Valcárcel -un "must" del "madrileñeo"- que por lo que tenga que contarnos a la mañana siguiente. Y eso, con ese poder económico detrás, es una pena. Tiempos de "fake news" y de desprestigio de la prensa tradicional. ¿Qué tal un relanzamiento que configurara una cabecera de indudable calidad y obligada lectura para las élites intelectuales, por encima de cual sea su legítima línea editorial? 

Creo que ha llegado el momento. 


domingo, 23 de septiembre de 2018

Censurar

GTRES

Hay palabras traicionadas por la polisemia. He ahí el caso de "censurar". La segunda acepción que le da el DLE habla de "corregir o reprobar algo a alguien". La cuarta apunta a "Dicho del censor oficial o de otra clase: Ejercer su función imponiendo supresiones o cambios en algo". Por eso hay que tener cuidado cuando se utiliza. Uno puede querer que alguien critica algo y dar idea de que alguien ha impedido que algo salga a luz. 

Ahora hay ejemplos casi a diario. Y si no, vean lo que está pasando en el diario El Mundo. Desde su fundación, allá por 1989, este periódico se ha caracterizado por incorporar en sus páginas a una pluralidad de voces, muchas discordantes con la línea editorial del diario. Punto a su favor. También dijimos por aquí que tiende a desdecir el dicho abuelil que recomienda lavar los trapos sucios en casa. 

La nómina de opinadores del periódico incluye a Arcadi Espada. Palabras mayores. El periodista catalán es una referencia en esta profesión. La lectura de sus Diarios (2003) fue, quizá, la que más agradecí en toda la carrera. Lo malo de Espada es que es muy consciente de su genialidad. Eso se ha traducido en la construcción de un personaje que, en los últimos años, se ha instalado -me temo que para entrar a vivir- en la caricatura. Su estrategia, como la de tantos otros, es clara, casi casi burda. Consiste en oponerse a una corriente de pensamiento mayoritaria. Cuanto más mayoritaria, más histriónica será su pose. Si todo el mundo dice "A, A, A"... él contestará no ya con "B", si no con "claro que B, ¡por supuesto que B!, ¿quién puede ser tan obtuso como para inclinarse por A si hasta un analfabeto se tendría que dar cuenta de que es B?". En ese estado de cosas, escribió un texto con afán provocador para glosar la comparecencia del expresidente del Gobierno, José María Aznar, en la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la financiación del Partido Popular (PP). En concreto, del agrio intercambio dialéctico que éste tuvo con el diputado de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Gabriel Rufián

Aznar se equivocó con Rufián. A Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria diciéndole: «La polla, mariconazo, cómo prefieres comérmela: de un golpe o por tiempos?», mientras uno va sonriéndose delicadamente en su cara.
Tsevan Rabtan ha hecho el ejercicio de escribir el mismo artículo diciendo lo mismo sin manejar expresiones soeces. Queda claro que el mensaje era perfectamente transmitible sin tirar de semejantes referencias. Pero entonces Arcadi no hubiera conseguido el impacto que buscaba. Soy un poquito antiguo. Por eso considero que hay cosas que la prensa escrita no debería reflejar. Me provoca el rechazo de un sonoro eructo en la mesa, o de un pedo expelido a plena satisfacción en mitad de una reunión social. Nada grave, tampoco. Nos movemos en el nivel del reproche, del gesto de desaprobación, del resoplido que manifiesta desagrado de compartir espacio con según qué personas. Espada es así. Hay que estimarle con sus virtudes -que las sigue teniendo- y sus defectos -en los que corre el riesgo de refocilarse-. 

Parte de la redacción de El Mundo ha ido más allá. Han firmado un documento que han hecho llegar a su director, Paco Rosell. Afirman ser medio centenar, o eso dicen al menos los medios a los que se ha filtrado la noticia. (La  manera en que unos informamos sobre las miserias de los otros merece, sin duda, un capítulo aparte). Porque la carta está firmada, pero a día de hoy no sabemos por quiénes. Sólo Lucía Méndez ha salido a la palestra para reconocer su respaldo -quién sabe si promotor- al escrito. Méndez no es una cualquiera en esa redacción. Miembro de la misma desde la fundación del rotativo al que llegó procedente del Diario 16 de Pedro J. Ramírez, la periodista no tiene, quizá, el perfil intelectual de Espada, cuyos textos abrigan gran ambición literaria. Pero es una magnífica periodista política, enormemente rigurosa cuando escribe opinión. Muchos no le han perdonado sus posicionamientos críticos con el PP, después de haber hecho un paréntesis en su trayectoria en El Mundo para formar parte del equipo de Miguel Ángel Rodríguez en la secretaría de estado de Comunicación, entre 1996 y 1998. Es presumible que a Méndez no le guste el estilo de muchas de las cosas que se hacen hoy en el diario. Pero así son las grandes cabeceras. Conllevan una complejidad y una pluralidad, en voces y comportamientos, que hacen muy difícil una comunión integral con el proyecto. 

El escrito no puede resultar más contraproducente. Hasta a los que más nos chirría el lenguaje de Espada nos escama la acción de los redactores de El  Mundo. Queriendo “censurar" en la segunda acepción, da la impresión de que buscan hacerlo acorde a la cuarta. No le arriendo la ganancia a Rosell. Si reconviene a Arcadi buscando que pula sus ansias provocadoras para no caer en literalidades incompatibles con la prensa de calidad, pudiera parecer que se pliega a un texto en el que los trabajadores de la cabecera han malinterpretado su legítimo interés en mejorar la calidad del diario. Qué lío, ¿no?


Era mucho más fácil resoplar ante el eructo. Unos ojos en blanco que hagan pensar al pedorro que, quizá, está ya un poco mayor para revolucionar el patio con según qué resortes.