La hoguera de las vanidades

La hoguera de las vanidades

sábado, 11 de febrero de 2012

Cartelería




Sé que esto no atañe -estrictamente- a los medios de comunicación. Pero cada vez que topo con el fenómeno abajo descrito es en las páginas de algún periódico o revista, así que, ¡qué demonios!, aprovechémos el tirón y quedémonos a gusto. A fin de cuentas, Haro-Tecglen también tenía que escribir de televisión y acababa poniendo lo que le salía de las narices.


En los últimos meses he observado, con no poca perplejidad, una nueva moda en la cartelería teatral. Consiste en vender un montaje de época, al que se presupone un gran esfuerzo en decoración y vestuario, de una manera que mezcla la sobriedad formal con la agresividad de fondo.


Me explico. Vean los carteles arriba expuestos. Ambos prescinden por completo de mostrar algo del montaje en sí. En su lugar, optan por presentarnos, alineados, a los miembros de su reparto. Pero no caracterizados como sus personajes, no. De paisano. En el caso del Drácula que actualmente se representa en el Teatro Marquina de Madrid, ataviados con unos atuendos negros. Imposible discernir si se trata de ropa de andar por casa o de prendas para la práctica del deporte. Madame Bovary nos alivia de ponernos en ese dilema y opta por presentárnoslos desnudos. O eso parece, porque la foto aparece púdicamente cortada a la altura de los hombros.


Lo anterior se queda en nada comparado con las expresiones faciales. Retadora Ana Torrent desde el centro del cartel basado en Flaubert. Sus compañeros masculinos optan por rostros que apenas se mueven entre la severidad y la directa "cara de mala leche". Lo de Drácula es ya de traca. Suponemos que sus diseñadores pergeñarían el cartel con la noble intención de animar a la gente a acercarse al teatro. Dan ganas hasta de evitar la calle Prim con tal de impedir el encuentro físico con la marquesina. Amparo Climent (segunda por la izquierda) nos mira cómo si nos acabáramos de cagar en la puerta de su casa. ¡Qué decir de Ramón Langa! En su expresión se vislumbra el rodillazo en los huevos que sin duda nos propinará caso de que se nos ocurra franquear la puerta del teatro.


De estrategias en cuánto confeccionar un buen cartel para una obra de teatro lo ignoro todo. Pero sí sé cuando algo me produce una sensación intensa nada más verla. En este caso, es esa mezcla extraña entre la verguenza ajena y las ganas de descojonarse que surge cuando alguien quiere otorgar trascendencia a lo que no lo tiene.

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